miércoles, 23 de mayo de 2012

Paz en la Tierra


Con motivo del próximo cincuenta aniversario de la Encíclica Pacem in Terris de SS Juan XXIII, estuve leyendo el documento, que me ha dejado gratamente sorprendido por su claridad, exigencia y actualidad. Extracto un numeral que debería estar tatuado en el Alma del mundo, y dejo a sus disposición el texto completo. Paz en la Tierra.    

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 9. En toda convivencia humana bien ordenada y provechosa hay que establecer como fundamento el principio de que todo hombre es persona, esto es, naturaleza dotada de inteligencia y de libre albedrío, y que, por tanto, el hombre tiene por sí mismo derechos y deberes, que dimanan inmediatamente y al mismo tiempo de su propia naturaleza. Estos derechos y deberes son, por ello, universales e inviolables y no pueden renunciarse por ningún concepto.

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SS. Juan XXIII

lunes, 14 de mayo de 2012

Paz y Justicia, Quimera Rapaz

Por: Juan Pablo Gutiérrez Alzate - @elmiquitojpg


Nuevamente, manoseada por los politiqueros oportunistas que vieron el boquete abierto para garantizarse la impunidad, la que intentó ser una respuesta para efectivizar el Derecho Fundamental al acceso a la justicia para que ésta dejara por fin de ser exclusivamente para los de ruana, claudicó frente a la avalancha de sátrapas que tienen el alto honor de aprobarla.

Hemos renunciado, por voluntad del sabio (¿?) legislador, una vez más a construir una herramienta efectiva para la paz. Porque el acceso a la justicia pronta, eficaz y justa es un prerrequisito para construir una paz verdadera y perdurable. Pues en otras condiciones, como las que reinan hoy en día, la justicia no es garantía de que los ciudadanos, con válidos motivos, no tomen la resolución de los conflictos en sus propias manos, dejándonos inmersos en un círculo vicioso de negación de justica, que nos condenará a la guerra fraticida por los siglos de los siglos, aunque de corazón espero estar equivocado.

O acaso no fue esta la promesa que nos hicieron cuando se radicó en el Congreso este proyecto de reforma a la Constitución, que sería casi el trigésimo, pero que terminó en la triste imagen de la cúpula de la justicia arrodillada frente a un omnipotente gobierno, que hace su voluntad en un congreso de avivatos y oportunistas, convenencieros que vieron en la supuesta reforma la mejor oportunidad de atornillarse a los puestos a los que accedieron en gracia de macabras asociaciones con los peores criminales de los que tiene noticia la historia reciente de nuestro país.

De los mecanismos para la descongestión de los despachos judiciales poco se habló, y el debate se centró en cómo beneficiar a aquellos que hasta entonces habían sido digna y altiva piedra en el zapato de una reforma que no incidía de fondo en el  quid del problema, que no solucionaba la crisis que tiene taponadas las vías institucionales de arreglo, y que serían el mejor caldo de cultivo de una gran revolución ciudadana, si es que en Colombia existiera Sociedad Civil.

Lo que hemos visto y oído nos muestra unos operadores de justicia que, en beneficio propio, renunciaron a combatir con el Caballo de Troya de un proyecto en el que incluso se insinuó la posibilidad de que Álvaro Uribe, el mayor reformador de la Constitución de esta Patria, volviera al Poder, cual mesías resurrecto, para que salvara, ahora sí, al país, de la debacle en la que su designado sucesor lo había sumido. Porque en este caso triunfó la avaricia de perpetuarse en sus puestos y beneficiarse de carambola con la reforma, sobre el interés de toda una nación que ha esperado por décadas una justicia en la que la impunidad no sea la reina todopoderosa.  

Ya veremos qué frutos da el pretendido esperpento, más allá de espurios beneficios a los actuales titulares de los cargos que pretenden modificarse y de garantías inmerecidas en el juzgamiento a los Padres de la Patria, que han llegado a serlo, con el apoyo de aquellos que han ultrajado a la nación.


Nos quedan debiendo el Gobierno, el Congreso y los Directivos de la Justicia, una reforma que de verdad impacte en la gente que ve perder la esperanza de una nación viable en el mediano plazo, anestesiada como permanece, con el sedante de lo espectacular.