Por: Juan Pablo Gutiérrez Alzate - @elmiquitojpg
Jorge Mario Bergoglio, SJ era el Cardenal Primado
de Argentina, Obispo de Buenos Aires, Jesuita de formación y líder indiscutible
de la Iglesia de su país, así como referente en América Latina. Su rol más
preponderante fue el de Presidente de la Comisión Redactora de la V Conferencia
de la CELAM, la reunión de los Obispos de América Latina. El Documento de Aparecida, Conclusivo de la Conferencia, es un grito estrepitoso
por una renovación en la Evangelización en una región cada vez menos católica,
que no menos religiosa, y que día a día se hunde en el abismo de la miseria, la
iniquidad y el odio.
No es un secreto que en el cónclave que eligió a Benedicto
XVI, Bergoglio había obtenido una buena cantidad de votos de sus compañeros
Cardenales, que se vio abocado a detener sólo con una compungida plegaria para
que se ungiera al entonces Cardenal Ratzinger.
Sus súplicas fueron escuchadas sólo una vez.
Después de la sorpresiva dimisión de Benedicto XVI,
el Obispo de Buenos Aires y los demás Cardenales fueron convocados al Vaticano
para elegir un sucesor; la conclusión es conocida por todos, quiero contarles
cómo viví esos días que han cambiado la historia:
La noticia de la renuncia del Papa Benedicto XVI me tomó por sorpresa. Mi mamá me despertó con la historia y yo simplemente no
podía dar crédito a sus palabras, como Santo Tomás, hasta no ver, no creer. ACI Prensa, Rome Reports, y otras fuentes fiables en las cuales pudiera confirmar esta noticia, que
a esas horas me parecía una completa locura.
Toda duda fue despejada por la avalancha de noticias
que siguieron a esta histórica decisión. Siete siglos separan a Benedicto XVI
con el último Papa que hubiera renunciado, las circunstancias de esta dimisión,
tan distintas a las de aquella lejana del Siglo XIII, son aun motivo de
especulaciones. Lo cierto era que estaba por comenzar la Sede Vacante, y con
ella se daba por terminado el Luminoso Pontificado de Benedicto XVI.
Comenzó el Pre-Cónclave, y con él, las quinielas de
los vaticanistas, expertos algunos, e improvisados la mayoría, y comenzaron a
actualizarse los perfiles de los Cardenales más opcionados. En la anterior
elección se había roto aquella tradición de que quien entra al Cónclave como
Papa, sale de él como Cardenal. Desde los funerales del Papa Wojtyła, Ratzinger
se había erigido como la figura más prominente para sucederlo, y así ocurrió.
Comenzaron a tener mucha fuerza los nombres de
varios Cardenales, muchos de ellos Italianos, sería su regreso al poder después
de cerca de 35 años.
Tomaba el almuerzo en aquel entonces en casa de un
amigo, cerca de mi oficina, y el tema de discusión no era otro que la elección
del Sumo Pontífice. Recuerdo aquel 13 de Marzo de 2013, así como la mamá de mi
amigo, quien dice que los sucesos que presenció después de la fumata blanca no
se borrarán jamás de su memoria.
Llegué a la casa a las 12:25 PM, apurado por
la expectativa de saber si la reunión de Cardenales había cumplido su
misión. Encedimos el Televisor, y tan solo cinco minutos después, la noticia ya
inundaba el mundo: ¡Fumata Blanca!
No pude contener mi emoción e llené el Twitter,
Facebook y el WhatsApp con la expresión:
¡Habemus Papam! Ya la suerte estaba
echada, y el Espíritu Santo había actuado sobre el colegio cardenalicio para
designar un digno sucesor de Pedro.
Al ver que el anuncio oficial se estaba tardando
demasiado, y siendo ya la hora de dirigirme a la Oficina, sólo acaté en
comunicarme con mis compañeros y en manifestarles mi determinación: ¡Hasta que
no salga el Curita (El nuevo Papa) no me voy para la Oficina!
Compartíamos la mesa con la mamá de mi amigo, una
señora de esas que poco se conocen en la vida, amable, generosa, entregada,
servicial, que había abierto las puertas de su casa para evitarme la
molestia de trasladarme hasta mi casa a la hora del almuerzo. Una señora
distinguida y muy seria, aunque dueña de un agudo sentido del humor.
Se abren las puertas de la Logia que es antesala
del balcón que da a la Plaza de San Pedro, y de ellas, sale, acompañado por dos
ceremonieros, el Cardenal francés Jean-Louis Tauran, Protodiácono del colegio
cardenalicio, a anunciar el nombre del designado. Tenía en mi mente el “Habemus
Papam” de Benedicto XVI, ambientado en cinco idiomas por el Cardenal chileno
Agustín Medina Estévez, con una entonación que aumentó la expectativa y la
emoción.
El desempeño en esta sencilla tarea (¿?), por parte
del Cardenal Tauran, me pareció en ese
momento, muy pobre. Comenzó sin anestesia, sin preámbulos, sin saludar, hasta
descortés me pareció.
Ante la imagen de la puerta abierta, y la aparición
del anunciador, mi anfitriona, con mucha sorpresa y poco desparpajo exclamó: ¡Marica,
el Papa!
No pude contener mi carcajada. Me pareció un desafuero, un exabrupto, pero
ante su rostro apacible y su pelo canoso, no tuve más que sonreír, e
increparla, de manera jocosa, por tal afirmación.
Durante mi amonestación, el
Cardenal se despachó:
Annuntio vobis gaudium magnum;
habemus Papam:
Eminentissimum ac Reverendissimum
Dominum,
Dominum Georgium Marium
Sanctae
Romanae Ecclesiae Cardinalem Bergoglio…
No alcancé a escuchar el resto del anuncio, cuando
a mis oídos entraron las palabras “Sanctae
Romanae Ecclesiae Cardinalem Bergoglio”
mi mente se hizo un lío, lo único que atiné a decir fue:
¡Jueputa,
el Jesuita!, ¡El Jesuita!, ¡El Jesuita!, ¡Marica, el Jesuita!, ¡El argentino!,
¡Es de los Nuestros!
La mamá de mi amigo no salía de su sorpresa, tanto
por mi atropellada manera de festejar, como por la elección del Cardenal
Argentino, y por la duda que nos generaba el nombre que se hubiera puesto, que
mis gritos no nos dejaron escuchar.
“Francisco Primero, Nuevo Papa de la Iglesia
Católica” fue el titular de CNÑ, apenas unos segundos después del reingreso del
Cardenal Touran, a quien yo había criticado con tanta mordacidad, y del que supe tiempo después, que al salir al balcón, se enfrentaba al terrible Parkinson,
que también diezmó a Juan Pablo II. ¡Perdóname Señor!
Francisco Primero, Francisco Primero... Lo que vino inmediatamente
después de escuchar la noticia, fue pensar que el Papa, el primer
Latinoamericano, el Primer Jesuita, había escogido su nombre en honor a San
Francisco Xavier, SJ, Santo Jesuita, Patrono Universal de las Misiones, el primer
sacerdote la Orden, el primer Misionero al Asia. En su pontificado, esta será
una Iglesia en Misión, aseguré.
Después sería el mismo Francisco, sí, a secas, sin
el Primero, quien aclararía que la elección de su nombre, la hizo cuando, al
sumar la mayoría de dos terceras partes requerida para la elección, el Cardenal que tenía a su
lado lo abrazó y le dijo “
No te olvides de los Pobres”, y vino a su mente el
Santo de Asís, San Francisco, a quien el mismo Jesús le pidió:
¡Reconstruye mi
Iglesia! A pesar de mi error en el origen del nombre, no me equivoqué en mi
aseveración, la Iglesia ha renovado su espíritu y vocación misionera; al leer
la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium se confirma esa intuición, que hoy
es convicción. La Iglesia está en Misión.
Corrían los minutos, y el nuevo Papa no aparecía,
ya eran más de las 03:00 PM. En mi Oficina, entre curiosidad y emoción, se
comunicaban conmigo de momento en momento para saber qué ocurría, y para ver
qué le decían a mi Jefe, extraordinaria mujer, cristina de la Iglesia
Adventista, que realmente no comprendía el motivo de mi excitación y la
importancia del hecho que estábamos presenciando. ¡Qué me demoro! - dije.
Unos minutos después se abrió el balcón del palacio
pontificio, colgaron un tapete con un fondo blanco, y tras de él, luego de
otros tantos minutos, salieron dos jóvenes diáconos con crucifijos, el
ceremoniero oficial del Papa, y quien hasta hacía sólo un rato era
Jorge Mario Bergoglio, SJ, el Obispo Jesuita de Buenos Aires, y que ahora era, Francisco,
el Sumo Pontífice, el Siervo de los Siervos de Dios, el Obispo de Roma, el
Monarca Absoluto de la Ciudad Estado del Vaticano, el Santo Padre, el Papa.
Más de 250.000 personas agolpadas en la Plaza de
San Pedro habían estallado en júbilo con el anuncio, por TV o por Internet, éramos
millones los cuales acompañábamos este sentimiento, ahora había cierto
estupor, mismo que el propio Papa no podía disimular. No salió al balcón con
pretensión alguna, no era un Rey quien estaba allí parado, era un ser humano de
carne y hueso, un pecador más, al frente de la Barca de Pedro.
¡Hermanos y
hermanas, buenas tardes! – dijo.
No salíamos de nuestro asombro. Salió luciendo
simplemente una sotana blanca, y un crucifijo plateado, después también
notaríamos que tenía sus mismos viejos zapatos negros. Su mensaje, (que pueden encontrar en el
siguiente link
http://www.vatican.va/holy_father/francesco/elezione/index_sp.htm)
marcó el rumbo de su pontificado: Sencillez, Humildad, Súplica.
Su primera solicitud fue por su predecesor: “…
quisiera rezar por nuestro Obispo emérito,
Benedicto XVI. Oremos todos juntos por él, para que el Señor lo bendiga y la
Virgen lo proteja”. No puedo negar que este sencillo y a la vez muy
profundo gesto, me arrancó un par de lágrimas, pensaba en el Benedicto XVI
anciano que vimos abandonar el Vaticano a bordo de un helicóptero con destino a Castelgandolfo. Su
pontificado había impactado la Iglesia, con su sabiduría desbordante, y sus duros
últimos días como pontífice, se había consagrado como un mártir de nuestros días.
Sin embargo, mis sollozos se transformaron en
llanto a borbotones cuando, antes de impartir la Bendición Urbi et Orbi dijo: “…
antes que el Obispo bendiga al pueblo, os
pido que vosotros recéis para el que Señor me bendiga: la oración del pueblo,
pidiendo la Bendición para su Obispo. Hagamos en silencio esta oración de
vosotros por mí...” caí de rodillas, llorando y orando, pidiéndole a Dios
por su nuevo Vicario, por su pontificado, por su ministerio, por su Iglesia, y
veía como una Plaza de San Pedro, llena de gente que verdaderamente representaban
a “A la Ciudad y al Mundo”, hasta hace unos minutos bulliciosa, se sumía en el
más profundo silencio orante, para pedir a Dios por su Pastor.
Procedió el Papa a imponerse la estola para bendecirnos,
y así lo hizo, se despidió y vimos como detrás de él se cerraban las puertas
del Regio Palacio. Me incorporé como pude, y casi a las 04:00 PM llegué a la
oficina, lleno de una alegría que difícilmente podría describir. Lo que siguió
después, es historia.